joi, 16 iunie 2011

La Verdad Acerca de Drácula



Desde que el conde Drácula hizo su aparición en 1897, como el malvado protagonista del libro Drácula de Bram Stoker, el personaje ha llegado a ser la piedra angular del género editorial, teatral y cinematográfico por años. Drácula, considerado uno de los relatos más terroríficos llegó a tener más de 100 ediciones y ha sido traducido a más de 44 idiomas. En teatro, fue un triunfo fenomenal cuando se presentó en Inglaterra en 1924. Poco después se trasladó a Broadway con igual éxito.

Para quienes hoy tienen más de 50 años, Bela Lugosi, el actor que dio a conocer al público estadounidense el aristocrático vampiro, sigue siendo el intérprete supremo. La película del mismo tema, que protagonizó Lugosi y se estrenó en 1931 es hoy un clásico del cine en glorioso blanco y negro. A partir de aquella fecha, Drácula y los filmes que, derivados del original, han tratado el tema del vampirismo, se cuentan por cientos. Inclusive en México tenemos a nuestro Drácula en carne del actor German Robles.

Sin embargo, en Transilvania (donde se supone que vino al mundo el conde, hoy parte de Rumania), se llegaron a prohibir el libro y las películas occidentales inspiradas en él. Lo cual no impide que gracias a su fama mundial, el ficticio personaje haya llegado a ser una fuente de divisas. Tan solo en 1974, el Consejo de Turismo de Rumania contó más de 150 mil visitantes del “Castillo de Drácula”, ruinoso, pero irresistible, que se alza en los montes Cárpatos. Según los rumanos, el verdadero Drácula debe haber sido Vlad Tepes, conocido con los tétricos sobrenombres de “Vlad el Empalador” y “Drácula” que según dicen significa “hijo del demonio”.

Vlad fue un príncipe de Valaquia (principado que se extendía al sudeste de Transilvania), muerto hace más de 500 años y a quien hoy se considera héroe nacional por la resistencia que opuso a los invasores turcos. Pero antes de abandonar este mundo, lo cual hizo a los 45 años de edad, según los registros rumanos, Vlad había asesinado a una 100 mil personas, o sea una quinta parte de sus súbditos. Se especializaba en despachar a sus enemigos, y al parecer también a sus amigos, cuyo número fue decreciendo rápidamente.

El Drácula novelesco fue, como todos saben, creación de Bram Stoker, irlandés de barba pelirroja, nacido en Dublin en 1847. Stoker trabajaba en el gobierno de Irlanda como escribiente de juzgado. Dotado de extraordinaria vitalidad, compiló en un grueso manual el inmenso acervo de leyes consuetudinarias medievales y contemporáneas de Irlanda.

Entusiasta aficionado al teatro, Stoker fue nombrado posteriormente administrador general de la compañía teatral londinense de sir Henry Irving, figura sobresaliente del arte escénico victoriano. Allí estudio la caracterización que Irving hacía del personaje principal del drama basado en la leyenda del Holandés Errante. Éste, como más tarde el conde Drácula, fue condenado a vivir eternamente. Pálido y de gran estatura, sir Henry interpretaba aquel papel con mirada centelleante y rostro desencajado, lo cual inspiró a Stoker la fisonomía del vampiro rumano.

Mientras atendía los asuntos de Irving, Stoker se dio tiempo para estudiar derecho y para ingresar en el colegio de abogados. En ese lapso escribió además cinco libros y varios cuentos de aventuras. Luego, combinando los elementos folclóricos del vampirismo y los de novelas de horror tales como Frankenstein, e incluso un toque de Sherlock Holmes, Stoker urdió su estupendo relato de terror. En sus investigaciones acerca del tema le ayudo cierto amigo suyo, el profesor Arminius Vambery, de Budapest (transformado, en el libro, en el profesor Abraham van Helsing), quien le narraba cuentos de su natal Hungría y le explicaba que en su país se creía en la existencia de los vampiros. Vambery le mencionó también el nombre de Vlad Tepes. Como agradó a Stoker el sobrenombre de “Drácula” aplicado a Vlad, resolvió llamar así a su retoño literario.

Como escenario de la novela, Transilvania resultaba el sitio ideal, lejano y romántico. Stoker hizo del paso de Borgo, que también existe realmente, el punto de donde su héroe, Jonathan Harker, parte en busca del conde tras comer en la Hostería de la Corona de Oro. La mujer del hostelero suplica a Harker que vuelva sobre sus pasos y le insinúa que más allá del Borgo suceden cosas terribles. Así empieza la estremecedora narración, donde se sigue la sangrienta pista del conde hasta Carfax, derruida casa solariega cercana a Londres, para volver finalmente al punto de partida.

El libro se agotó casi inmediatamente. Cierto amigo del autor le preguntó cómo se la habían ocurrido todos esos horrores, a lo que Stoker contestó: “Verás, una noche devoré un plato de cangrejo aderezado y, como era lógico, tuve una pesadilla... y luego escribí el libro”. En realidad trabajó arduamente en él durante sus vacaciones veraniegas en la inhóspita costa escocesa.

Stoker siguió escribiendo novelas y ensayos mientras vivió, si bien ninguna de sus obras posteriores alcanzó la fama de Drácula. El escritor falleció en 1912 a los 64 años de edad consumido por el exceso de trabajo.

Aunque varios dramaturgos intentaron adaptar la historia de Drácula a la escena, ninguno tuvo éxito hasta que Hamilton Deane, actor y amigo de la familia Stoker, representó su versión. En 1927, Dean concibió un golpe publicitario que aseguró de una vez por todas el porvenir de su obra.

Un amigo de Hamilton, que asistió fascinado a la representación, le preguntó si no había en el teatro quien pudiera dar asistencia médica a algún espectador que la necesitara. Ni corto ni perezoso, Dean llamó al Hospital de la Reina Alejandra y contrató los servicios de una enfermera para que recorriera los pasillos durante la función. Cierta noche se desmayaron 29 personas del público. Más tarde una señora dio a luz prematuramente. Asistir a las representaciones de Drácula se juzgaba una prueba de arrojo, y la taquilla se veía asaltada por quienes pretendían demostrar que eran muy capaces de sobrevivir a las fortísimas emociones del drama. Este fenómeno se repitió cuando se exhibió el Exorcista de William Friedkin.

Cuando Horace Liveright, editor de Nueva York, adquirió los derechos para montar la obra en los Estados Unidos, presento a Bela Lugosi en el papel del conde. Lugosi era hombre de elevada estatura, de clásicas (aunque siniestras) facciones, y tenía un acento húngaro con el cual pronunciaba “Transilvania” en tono de velada amenaza. Por si ello fuera poco, el actor poseía gran atractivo. Desde el momento en que aparecía en escena, envuelto en la capa negra, flotaba en el ambiente una sensación de inminente peligro. Para muchas mujeres que, en teoría, deberían temblar de espanto, el actor resultaba irresistible. El correo de Bela Lugosi se amontonó con cartas de damas que le brindaban gustosas su hermoso cuello para que él lo mordiera, al menos una vez.

La pieza era más que apropiada para el cine, y Bela Lugosi interpretó dos veces en la pantalla grande el papel del siniestro conde. El actor murió en 1956, y fue sepultado cubierto con la capa de Drácula.

En 1958, la compañía inglesa Hammer Films decidió resucitar a Drácula y escogió a Christopher Lee para encarnar al conde (quien casi medio siglo después haría el papel de otro conde, el Conde Dooku para la segunda trilogía de Star Wars). En la nueva película se alteraba un tanto el carácter del personaje: desapareció la expresión centroeuropea, lasciva y siniestra que le imprimió Bela Lugosi; se subrayaba el aspecto atlético del protagonista a la manera del finado Douglas Fairbanks. Asimismo, las damas víctimas del conde, convertidas a su vez en vampiros, se las ingeniaban, a pesar del crecimiento de sus colmillos, para seguir siendo bellas y voluptuosas. The Horror of Dracula logró un triunfo indiscutible y la productora lo capitalizó produciendo una decena más de versiones de las aventuras del rumano.

Con el paso del tiempo, muchos han sido los actores que han dado vida a Drácula y han salido infinidad de versiones de películas sobre vampiros, siendo una de las primeras Nosferatu, una de las películas más aterradoras del cine. Una versión de este vampiro, con Willem Dafoe en el papel principal, trata precisamente de la filmación de este clásico del terror. En la década de los ochentas, la figura del vampiro tomó un caracter más sexual. El vampiro de nuestros días muestra una sensualidad que desborda la pantalla y hoy en día todos los herederos de Drácula parecen más modelos de revistas de moda que monstruos que causen repulsión y miedo.

Una de las mejores películas sobre Drácula fue, sin duda, la versión de Francis Ford Coppola, con Gary Oldman como el conde. Era más una historia de amor pero la interpretación de Oldman fue muy convincente y ciertas escenas eran en verdad espeluznantes.

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