luni, 20 iunie 2011

En el país del conde Drácula

Constanza, ruinas en Histria
ruinas en Histria



El Tupolev ruso aterrizó en la llanura gris que es el aeropuerto de Bucarest. Llegábamos a la Rumania del expresidente Ceausescu. El que algunos años antes era ejecutado junto a su compañera a la sombra de una tapia, después de un juicio sumarísimo y sin ningún tipo de garantías. Pero no es sobre esto de lo que quiero escribir.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces y los recuerdos no son indelebles, se pierden en la memoria. Más todavía si el viaje resulta algo monótono, con poca chispa, lineal. Aunque siempre existe algo interesante que no lo hace fracasar del todo. Alguien dijo una vez que uno empieza a olvidar un lugar en cuanto lo abandona.
Inicié el viaje en la capital, para terminarlo también en ésta. Después de recorrer varias zonas del país. Mi relato tendrá que ser breve, pues ya digo que el paso del tiempo ha borrado algunos pasajes de este periplo.
Algunos viajeros evitan pasar o detenerse demasiado en las grandes ciudades por distintas razones, yo, en parte, estoy de acuerdo; pero pienso que Bucarest no se merece este trato. Es, o era, una ciudad limpia, ordenada y con poco tráfico; los edificios seguían la arquitectura soviética, con muchos museos y espacios verdes. La verdad, resulta difícil describir los lugares de esta urbe del Este europeo.
El objetivo principal del viaje era la ciudad de Constanza y su vecino el mar Negro. En esta capital, conviven juntas distintas culturas, sin el menor problema. Destaca sobre la ciudad el gran minarete de la Mezquita, muy cerca de la catedral ortodoxa. La agradable temperatura ayudaba a callejear sin descanso; a comer en sus restaurantes, en cuyos platos nunca faltaba la carne picada. No soy un gran amante de la carne, por esta razón casi llegue a aborrecerla. Tampoco recomendaré a nadie sus pescados: en la cultura gastronómica del país no figura este alimento. Apenas tienen industria pesquera, y el que pescan lo venden a otros países.
Mi siguiente destino era Mamaia: un encantador lugar a orillas del mar Negro, una lengua de terreno de siete kilómetros entre el citado mar y el lago Siutghiol; agua dulce a un lado y salada, muy salada, al otro. Aquí se encuentra el balneario más importante del país. Existen algunos más donde van a disfrutar las vacaciones estivales muchos rumanos. Este lugar es popular por sus barros negros, con el cual te embadurnas todo el cuerpo, buscando eliminar los males y alargar la vida: ¿Quién no ha oído hablar alguna vez de la doctora Asland? Todo un personaje de fama internacional que trabajaba en este lugar.
Realicé unas cuentas zambullidas en sus aguas, pero no se podía permanecer mucho tiempo en la playa. Como consecuencia de la poca afición de los rumanos por el pescado, las almejas que llegaban a la orilla debido sobretodo a la acción de las olas, se pudrían, despidiendo un olor nauseabundo. De cuando en cuando las retiraban con máquinas escavadoras.
Casi siempre cambiaba el dinero en el mercado negro. Ofrecían mucho más que los bancos oficiales. Aunque se corría un alto riesgo de salir timado. son unos auténticos especialistas en este tipo de trucos.

No podía dejar de visitar al más poético de los ríos: el Danubio, y allí me dirigí. Pero que puedo decir de este mítico río de dos mil ochocientos sesenta kilómetros de longitud, que desemboca en el mar Negro, formando un delta; después de atravesar y bañar varios Estados.
Mi siguiente etapa fueron los Carpatos: un extenso sistema montañoso donde se encuentra la "siniestra" Transilvania. Un viaje al corazón de las tierras del conde Drácula, escenario de sus correrías. Visité su tumba, aunque muchos afirman que no se encuentra enterrado allí.
Es una lástima que en su momento no tomara notas del viaje. Porque seguro que se me escapan muchas cosas, momentos y detalles; que de no anotarlas al final del día, pasan a mejor vida.

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